Prostituta, callejera, barata, puta, trabajadora sexual, escort, trotamundos, golfa, ramera, fulana, meretriz, cortesana, coima, pelandusca, buscona, furcia, hetaira… y la lista es casi tan larga como la profesión que estas palabras describe. Desde la primera homínido que notó lo deseada que era por otros miembros de su tribu, hasta nuestros días, han pasado unos cuantos millones de años. Pero aún no terminamos de asimilarla como una profesión convencional.
De hecho, no lo es, fue la primera, e incluso en la actualidad cierto tipo de pingüino intercambia sexo por piedras para hacer nidos. También es conocido el caso del chimpancé que transacciona comida por favores sexuales. Pero aún después de tanto tiempo, todavía no entendemos el verdadero rol de la trabajadora sexual en la sociedad.
Es muy curiosa la dualidad que genera en la sociedad el rol de la trabajadora sexual, incluso para ellas mismas. Sucede como con la pornografía, es muy raro encontrar alguien que admita mirarla, sin embargo, el 30% del contenido de internet consumido está relacionado con ese rubro. Tal vez no sean la escort o actriz porno las que generen esa adoración y rechazo simultáneo sino el deseo sexual en general. Acaso ¿no es lo que más perseguimos y al mismo tiempo más nos avergüenza?
Esta Era nos enfrenta a toda clase de clivajes. Aborto, feminismo, minorías raciales y tantas otras. Y cada uno de esos tópicos también puede dividirse según la forma en que se abraza, una idea puede ser defendida por convicciones o para mostrarse de determinada manera. Fingir o exagerar respeto dialéctico hacia las escorts no ayuda si no va acompañado de acciones concretas. Nada extraordinario, simplemente tratarlas como seres humanos.
Convertir en oro lo que uno toca puede ser una gran tentación, pero al mismo tiempo una maldición. Las mismas características de una mujer que seducen al hombre pueden transformarse en las más indeseables cuando finalmente la conquista. Sus cualidades de sexy, deseada por todos, amigable, que tanto habían atraído al hombre en un primer momento, se convierten en amenazas a su propia virilidad una vez que son pareja. En muchos casos incluso existe la dualidad de considerar riesgoso tener sexo con una escort, pero al mismo tiempo proponerle prácticas no saludables. Todos gustan de una “puta”, pocos la aceptan como parte de su vida, sea novia, hija, madre o maestra.
No está claro aún que aspecto tendrá nuestra sociedad una vez apaciguada la efervescencia de estas épocas. Lo cierto es que hemos avanzado mucho en las últimas décadas, y solo basta con ojear en la literatura o la Historia del siglo pasado para comprender la tremenda segregación sufrida por las mujeres y específicamente las trabajadoras sexuales.
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